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Thursday, July 16, 2020

La Dirección, su significado e importancia - La dirección y las normas fundamentales de la organización Parte 1

Seguimos en nuestro afán de insistir. La doctrina de la administración a la que hemos dedicado nuestras reflexiones hace de la dirección social una actividad en el orden existencial, cuyo punto de partida esta en el ser y su meta en el deber ser. Expresada estas ideas en otros términos se representaría así: La dirección social es la conducción de los grupos humanos concretos, específicos, reales, como existen y son, a un fin determinado que les favorece por que en alguna forma es el logro de lo que está implícito en la propia naturaleza del hombre conducir a los grupos tomando como apoyo su realidad sociológica, enclavada en la historia y con una cierta e inconfundible fisonomía cultural, para que conquisten un objetivo que la Moral o el Derecho o la Política han señalado en función de esa otra realidad íntima que es la esencia del hombre y de la sociedad como es dirigir con la máxima eficacia posible.

Esta tesis se sintetiza como lo hemos venido haciendo, notar en la función de la dirección. La hemos visto a través de las normas primarias y después en las normas fundamentales de la planeación. La volveremos a ver - esperamos que con mayo claridad aún - en las normas fundamentales de la organización:

Se dijo que para organizar, la dirección debería tener muy precisos los fines cuya realización procuraría la actividad del grupo dirigido. Esos fines – innumerables y variadísimos en la práctica – deberían ser la expresión de un bien común de la sociedad en general. Creemos haber sido suficientemente explícitos acerca de este punto que la filosofía social cristiana ha estudiado con tanto amor a la verdad. Y si no hubiere sido así, sobran textos magníficos en los cuales puede recogerse la amplísima doctrina que el pensamiento católico ha elaborado. No hace falta agregar más por ahora.

En cambio, si queremos enfocar nuestra atención a los otros aspectos de nuestra tesis, especialmente hacia aquellos en los cuales la organización está directamente interesada.

La dirección social necesita estar en la realidad objetiva y concreta, conocerla, tomarla en consideración, identificarse con ella. En nuestro caso, esa realidad - la actual, la de hoy, la que estamos viviendo – consiste en la proliferación asombrosa de los grupos en el seno de la sociedad. Es consecuencia natural del fenómeno de la socialización mencionado por Juan XXIII en Mater et Magistra. Ahora bien, tal multiplicación de los grupos sociales puede ser altamente provechosa o terriblemente nociva para la vida humana. Todo depende de la dinámica de las agrupaciones en la corriente de la convivencia. Todo será según la orientación que tengan, según su recíproco reracionamiento, según su fuerza intrínseca, según las modalidades de su organización interna, según la dirección que en ellas se ejerza. Si los grupos actúan para suplir las deficiencias e imperfecciones del individuo, serán inmejorables formas de elevación y perfeccionamiento de la vida humana; pero si oprimen y esclavizan la existencia personal en nombre de un interés colectivo que pretende tener una indiscutible preeminencia, entonces serán otros tantos factores de envilecimiento y degradación. O si los grupos actúan como instrumentos hábilmente estructurados para disfrazar apetitos individuales y hacen de la agresión sistematizada su actividad habitual, entonces, como ya lo comentamos en páginas anteriores, desencadenarán múltiples impulsos de desintegración social. Y en grandísima parte ¿de que depende que tales cosas ocurran o dejen de ocurrir? Sin duda alguna de la dirección que los grupos tengan. Y así no explicamos, consiguientemente, por que la Administración tomó en el campo de las relaciones humanas u lugar que nunca había tenido; por qué, rebasando los viejos límites del buen manejo de las cosas, reclamó una posición de gran dignidad sintiéndose responsable de la dirección de los grupos humanos. Y no explicamos, además, por que esta nueve Administración es tan reciente que apenas adquirió las características que hoy se le reconocen, no antes de la tercera decena de este siglo XX.

Su responsabilidad, efectivamente, es inmensa. Y lo es por que se ha constituido en el centro de una actividad directa que siempre había existido, pero que también siempre había operado en forma dispersa, como una función empírica realizada por individuos sin especial preparación, intuitivamente. La Política era la única sistematización científica de la dirección. Muy discutida en sus fundamentos y todavía más en sus métodos. Fue ciertamente, en su misión de señalar los fines justificativos de la actividad de Estado como ha logrado sus mejores éxitos.

Pero la dirección social propiamente dicha, la dirección que tienen una universalidad completa, la que está presente en todas y cada una de las agrupaciones humanas, es la que ahora llena el ámbito de una disciplina a la que le corresponde ya la categoría de una ciencia.

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