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Wednesday, July 22, 2020

La Dirección, su significado e importancia - La responsabilidad del momento actual

Lo primero que deseamos es ubicar al dirigente en la problemática que forma su momento histórico.

Para ejemplificar nuestra apreciación eslabonamos una serie de preguntas, todas ellas reveladoras de la inquietud que se apodera del ánimo de quien se asoma siquiera a ese escenario angustioso de nuestro tiempo: ¿Qué ocurre con la dirección social cuando se prescinde del fin intemporal del hombre?¿que pasa cuando los fines de la actuación de los grupos se encierran en el ámbito del mundo?¿Qué ocurre cuando la moral social se hace una utilitaria que señala como meta suprema la felicidad exclusivamente temporal?¿y qué sucede cuando esa meta suprema se hace consistir únicamente en la conquista y goce de los bienes materiales?¿Que pasa cuando lo más fuertes factores de motivación para la conducta de los grupos y de los individuos son el placer sensible, el dinero y el poder?

Larga respuesta dimos a estos interrogantes. De cuanto en aquella ocasión dijimos, nos interesa recoger una síntesis que nos permita enmarcar al dirigente, cerrando el ámbito en el que hoy se encuentra y dentro del cual deberá encontrar todo el sentido de la actuación a la que ha sido destinado.

Tres cosas pasan, dijimos, cuando ocurren los hechos a que las anteriores preguntas se refieren:

La primera: que la eficacia- finalidad instrumental u objetivo especifico de la Administración- adquiere el rango de fin o valor de superior jerarquía, debido a la ausencia o debilidad extrema de los verdaderos fines éticos a los que está, por su propia naturaleza, subordinada. Es esto, en verdad, una trágica inversión de valores. Los medios ocupan el lugar de los fines. Y entre aquellos, el de la eficacia, se coloca en sitio preeminente. El ideal es la eficacia por la eficacia misma. Es decir, la practicidad como desideratum en la civilización.

La segunda: que la eficacia toma su lugar propio, es instrumento, es medio, si pero al franco servicio de un conjunto de fines innobles que son engendrados por la perversión de los valores éticos, jurídicos y políticos principalmente. La Administración se pone al incondicional servicio de una filosofía materialista y utilitaria que encauza la vida humana hacia el éxito que da el placer, el dinero y el poder.

Y la tercera: que la eficacia, contagiada de la inmoralidad de los fines a los que sirve, comete la peor de las abyecciones aprovechándose de los ideales de la civilización cristiana, a los que utiliza en su favor, fraudulentamente, para motivar la conducta de aquellos quienes la Administración dirige. Y así, la dignidad humana, la justicia, la libertad, la rectitud de costumbres, la honestidad, la fraternidad, el bien común, se convierten en meras expresiones verbales, en fraseología oportunista pero de gran efectividad para encubrir los verdaderos fines que se persiguen.

Pues bien, esta es la situación. Así es el ambiente, y tal la coyuntura con la que el dirigente se encuentra. Quienquiera que sea el hombre a cuyo cargo esté la dirección de un grupo humano habrá de sentir en mayor o menor grado la cercanía y hasta la mordedura de la inmoralidad reinante. Su responsabilidad – si bien se ven las cosas – resulta ineludible. ¿Cómo deberá actuar? ¿Qué deberá hacer?

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