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Thursday, July 23, 2020

La Dirección, su significado e importancia - La prudencia del dirigente

En el curso de este estudio hemos venido haciendo referencia a esta virtud cardinal. Reconocemos lo inusitado del caso. ¿Quién menciona las cualidades morales que debe tener un dirigente? El lenguaje usual es otro, radicalmente distinto.

Son habilidades, conocimientos, experiencia, don de mando, perspicacia, de lo que se habla. Pero ¿la prudencia?

Podríamos haber eludido esta palabra y emplear otras expresiones semejantes a las que todo el mundo emplea; pero con toda intención no lo hemos hecho simplemente para combatir un prejuicio que es fruto del materialismo imperante. La prudencia es el nombre de una virtud que en nuestro medio aparece con otra vestidura del lenguaje. Pero lo importante es que vale, independientemente de su denominación.

Si recordamos que la prudencia es la virtud de carácter intelectual por la que el hombre logra la aplicación más eficaz de las normas de conducta a los casos particulares en los que debe obrar para alcanzar determinados fines, o también, la habilidad para lograr la mayor eficacia de los medios de orden a la consecución del bien, reconoceremos sin dificultad lo que la Administración bien entendida, exige de la labor de los dirigentes. Estos es precisamente lo mismo que manda la virtud de la prudencia.

La prudencia se divide en dos clases, la de carácter personal que se refiere a la conducta del dirigente en su propia actuación, y la de carácter social que atañe a la conducta de otros, es decir, a la actuación de los dirigidos. Así lo explicaban ya Aristóteles y Santo Tomas. Y con palabras distintas, pero es lo mismo que hace el dirigente en nuestros días. Ya habíamos dicho y repetido que la dirección social compromete la conducta de quien dirige y de aquellos a quienes se dirige, lo cual, entre paréntesis, nos sirvió para insistir en el carácter moral que tienen la ciencia administrativa. Ahora estos mismo nos permite retirar este criterio. Se pide que el dirigente sea un hombre con la virtud de la prudencia. No se le pediría si la administración fuera sólo una técnica.

Marcel Clamen, en su libro “El Jefe de Empresa”, se expresa así: “La prudencia es la disposición permanente para aplicar las normas generales de la moral y de la sociología cristiana a las consecuencias particulares de las situaciones prácticas contingentes. No le corresponde, pues, determinar cuales son los fines de la vida moral, de la vida social o de la vida económica, considerados en general. Pero si le corresponde perseguir los fines próximos de la producción económica y de la promoción cultural, que sean, concretamente, más aptas para servir, en una situación dada, a los fines remotos de la vida moral y religiosa. Así, la prudencia se sitúa en el punto de encuentro en que una sólida formación moral y doctrinal debe unirse a un auténtico realismo en la acción, para ponerse juntos al servicio de la rectitud de intención y de voluntad en cada coyuntura particular”. Estas opiniones del sabio profesor de la Universidad de Montreal coinciden en todas sus partes con nuestro criterio.

Si habíamos dicho que en todas las funciones administrativas es la dirección la de mayor fuerza en el terreno de la acción por ser la que hacía vivir a las demás, ahora hemos de agregar que dicha función cobra su máxima expresión existencial en la conducta concreta del dirigente. Ya con anterioridad hicimos notar – pero este es el momento de repetirlo con el mayor énfasis – que toda la administración se hace vida a través de las decisiones y acciones del dirigente, quien ha de llevar la orientación de las normas científicas y de las técnicas respectivas a los casos particulares que son de su responsabilidad. Dijimos antes, y aquí reiteramos, que en la actuación prudencial del dirigente toda la administración se funde en la personalidad de aquel y adquiere una expresión objetiva absolutamente individual e irrepetible. Por eso la Administración es teoría en la ciencia, es técnica en su estructuración como arte y es actuación prudencial en el profesionalismo del dirigente.

Hemos de considerar, entonces, esta conducta del que practica la Administración, como actuación prudencial, en los dos casos ya señalados: a) aplicando la normatividad científica de la dirección social, y b) utilizando las técnicas que el arte administrativo proporciona. Este segundo caso como un aspecto complementario del primero.

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